Office Girl

Trabajo de oficina: lunes 29 de marzo, durante la mañana.

Necesitaba horario, orden y control. Era conveniente para mis padres –pobres ellos, sufren mi desidia- y para mi –ganar algo dinero a nadie le cae mal, y ordenarme, también.

Todos los días que llego, me miro y me arrepiento de haber aceptado esta chamba. Y escribo desde la pc que me han dado para coordinar el evento por el cual me contrataron. No quiero ni imaginar que alguien lea estas líneas –y en el fondo lo deseo… ¿me despedirían?- Mejor me dedico a explicitar mi fueron interno. Mi aburrimiento e impotencia sentada en una sillita junto a otras más. Voy a contar en que estoy trabajando.


(El evento es interesante, es sobre Medio Ambiente y Gobiernos locales y, aparentemente, no tienen ningún fin político, solo el de que los municipios introduzcan en sus agendas el tema del cambio climático, buen vivir, reciclaje y etc. Hasta ahí, bacán. Me parece que es novedoso para la los y las funcionarios y regidoras y preciso ya que se vienen las elecciones y las agendas locales se vienen construyendo. Bueno, ahora que lo pienso esto es solo una parte del evento: la parte técnica-académica, la que contará con la participación de instituciones reconocidas: desde las muy eruditas como la PUCP y ESAN hasta las más controversiales y políticas como AIDESEP. Aparte de contar con esta área llamada: de conferencia (las ténicas-académicas), se visionarán documentales y videos con temática indígena-amazónica, habrá feria gastronómica y pabellones con delegaciones de comunidades nativas de San Martín, Ucayali, Loreto y Amazonas, por ahora.)


Llegó la hora del almuerzo. ¿Cómo se almuerza en una oficina? ¿Con los compas del trabajo? ¿en el comedor/cafetería? Mary me ha mandado, como todos los días, mi rica papaya cortada en trozos. Además, suelo picar algo por ahí, acompañada de mi coordinador. Pero hoy resulta que el coordinador se fue a una reunión y no sé a que hora volverá. O sea, que estoy sola solita solana. Aún no he hecho migas con mis demás compañeritos y compañeritas, siendo sincera, tampoco me interesa mucho hacerlo. La mayoría de personas que trabajan acá son mayores, personas con vidas hechas y derechas, con hijos, con responsabilidades grandes (que no solo involucra su vida, sino la de otros y otras). Se van puntualitos a las 5. Ni un minuto más. ¿Así será trabajar para el Estado?


Ayer me enteré que un conocido/amigo está trabajando en el congreso, en el mismo centro de Lima, digamos que a unas cuantas cuadras de mi centro de labores. Le he mandado como 4 mensajes para preguntarle si almorzamos o no juntos. La verdad, no quiero estar ni un ratito más entre estas cuatro paredes. ¿Ya estarán almorzando en mi casa? ¿Será lentejas con huevo frito, como usualmente se cocina los lunes? , y si viviera sola en mi departamento/cuarto/hueco, ¿Cómo haría? ¿Bajaría de peso por no comer o buscaría compañía siempre? Recuerdo mis días de trabajo en las provincias. Comía o sola con algún/a compañero/a. La mayoría de veces prefería comer solitariamente. Disfrutar al máximo esplendor mi reciente independencia, mis viáticos y mi foraneidad. Lo que pasaba es que si comía con la gente de la chamba, siempre resultaba que hablábamos de cómo nos estaba yendo, de la paga, de los contratiempos, de opciones laborales rechazadas, etc.


Extraño a Susan. Mi última compañera de trabajo, en Ayacucho. Susan era (y es) lo máximo. Tenía el título de “coordinadora local”, es decir, ella hacía el plato fuerte del asunto: la convocatoria al personal local, las coordinaciones con la UGEL, las rutas, los recorridos, buscarme un hospedaje y hacerme turistear en mis ratos libres. Repito, reescribo, Susan es lo máximo. Guerreraza. Recuerdo que me contaba que se fue con su hijo en hombros a Uchurahay a recoger información para una ONG. Fue la peor chamba que hizo: caminaba y caminaba bajo la lluvia y sin comida ni ruta planificada. Su quechua fue esencial.


.

.

.


Vine de almorzar. Al final logré encontrarme con mi conocido/amigo. Quedamos en encontrarnos en la Plaza de Armas, pero se demoró tanto que empecé a comer mi papaya en una banquita, frente a la pileta y la catedral. “Si no llega nunca, como esto y me doy un par de vueltas”, pensé. Al final si llegó: con camisa y corbata, muy elegante él; era su primer día como guía en el Congreso de la República. Sonriente lo veía llegar, a pasos agigantados avanzaba y su corbata flameaba al viento.

Comimos.

Vine de almorzar y estoy frente a la pc de nuevo. Muevo mis deditos clic, clic, clic. Tengo una llamada pendiente. Clic, clic, click. Teléfono ocupado. Cuac Cuac.





Comentarios

Entradas populares