Hay pesadumbres que hunden, sin remedio,
en el más hondo desconsuelo.
Y el pesar estan completo que tú misma te asombras
de sufrir tanto y poder soportarlo.
Sólo con él podrías aguantar tanta desdicha,
pero es él quien se ha ido.
¿Ha muerto quien amabas y puedes resistirlo?
¿Ha muerto el que te hacía soñar y sonreír, y sin embargo aguantas?
Antes, cuando él estaba, la vida era otra cosa, tú eras otra.
Ahora sientes que has perdido lo que te hacía palpitar,
sin darte cuenta, alegre.
No puedo consolarte.
No tengo receta alguna que se apiade de tu tristeza y la modere.
Al contrario, sólo puedo decirte que sufras a tus anchas,
que sufras todo lo que puedas,
hasta que sientas que tanta tristeza ya no cabe en un cuerpo.
No ahorres lágrimas,
chapotea en el dolor con tanta intensidad como antes en el goce.
Porque hay una regla ineluctable que, ahora que la oirás,
te hará incluso más triste:
con el pasar del tiempo ya no sufrirás tanto;
querrás sufrir como antes y no serás capaz.
Es imposible sufrir y sufrir por mucho tiempo.
Incluso a él, a él, acabarás olvidándolo.
Pésele al que le pese y pase lo que pase:
si al cabo de treinta y seis meses sigues sufriendo como ahora, no sufrirás por él, sufrirás por la culpa de no seguir sufriendo.
Aunque fuera sin límites el amor que sentías,
el dolor es avaro, dura menos.
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