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Haces volteretas con el cuerpo y la imaginación para evadir la tristeza.

¿Pero quién te ha dicho que se prohíbe estar triste?

En realidad, muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes;
a diario pasan cosas, a los otros, a nosotros, que no tienen remedio,
o mejor dicho, que tienen ese único y antiguo remedio de sentirnos tristes.

No dejes que te receten alegría, como quien ordena una temporada de antibióticos o cucharadas de agua de mar a estómago vacío.
Si dejas que te traten tu tristeza como una perverción,
o en el mejor de los casos como una enfermedad, estás perdida:

además de estar triste te sentirás culpable. Y no tienes la culpa de estar triste.
¿No es normal sentir dolor cuando te cortas? ¿No arde la piel si te dan un latigazo?

Pues así mismo el mundo, la vaga sucesión de los hechos que acontecen (o de los que no pasan) crean un fondo de melancolía.
Ya lo decía el poeta Leopardi:

"como el aire llena los espacios entre los objetos, así la melancolía llena los intervalos entre un gozo y otro".

Vive tu tristeza, pálpala, deshójala en tus ojos, mójala con lágrimas,
envuélvela en gritos o en silencio, cópiala en cuadernos, apúntala en tu cuerpo,
apuntála en los poros de tu piel.
Pues sólo si no te defiendes huirá, a ratos, a otro sitio que no sea el centro de tu dolor íntimo.

De "Tratado de culinaria para mujeres tristes" Hector Abad Faciolince

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